Por Conrado R. Octavio y Gilberto Azanha, Centro de Trabajo Indigenista (CTI)
04 de abril de 2009.- Es común ver, oír y leer en diversos medios y opiniones, temas que tratan a los pueblos indígenas como sociedades “primitivas”, situándolos implícita o explícitamente en un escenario de “retraso” en relación a la llamada “civilización” – o “la civilización moderna”, la “civilización occidental”, entre otros términos de uso común para referirse a nuestra sociedad.
Esta concepción en relación a los pueblos indígenas, que refleja bien el pensamiento que se encuentra en boga en el sentido común, se basa en la idea de que las sociedades obedecen una evolución lógica similar a la que se consagraba en el pensamiento científico -propuesto por Charles Darwin- en relación a las especies. Es decir, las sociedades que se declararon “complejas”, como la nuestra, donde existe la institución del Estado, un equipo de producción masiva, aparatos tecnológicos e intensos flujos de información, mercancías y personas, la coexistencia de diferentes hábitos (sólo para mencionar algunas características de este mundo llamado “globalizado”), estarían muy por delante de sociedades como las de los indígenas. Estos serían primitivos, ya que representan una etapa que sociedades como la nuestra ya habría superado hace siglos, y se presentan como “reliquias del Neolítico”, hecho evidente debido a su escaso arsenal tecnológico, en comparación con sociedades occidentales, y por la ausencia de instituciones como el Estado, por ejemplo.
Esta visión no es exclusiva del sentido común, ya que incluso en el mundo académico, organismos e instituciones involucradas con las cuestiones indígenas, incluyendo el Tribunal Supremo del país, se han oído a menudo opiniones basadas en esta concepción errónea de las sociedades indígenas. Estas opiniones sostienen conceptos que, si hacen daño al oído de los antropólogos, indigenistas y otros profesionales que prestan mayor atención a la producción etnológica de las sociedades indígenas, no incomodan en nada a la mayoría de la población, como el concepto de “aculturados”- por citar un ejemplo notable que aparece cada vez que la cuestión indígena gana pantallas y páginas en los principales medios de comunicación del país.
Al utilizar este concepto, entendemos que tanto las sociedades como las culturas indígenas se encuentran en una situación de inferioridad frente a la sociedad “civilizada”: las culturas indígenas sucumbirían ante la devastadora potencia del fuego de nuestra sociedad en el camino de una sola mano. Al aceptar que este concepto es adecuado, el fin de los procesos de encuentro entre sociedades radicalmente diferentes sería la aniquilación de las culturas y comunidades indígenas, y su incorporación total (o integración) a la “comunidad nacional” y a la llamada civilización.
Han pasado décadas desde que algunos antropólogos e indigenistas anunciaron este resultado -y el propio indigenismo estuvo al servicio del propósito de “integración” entre los indios y el Estado-, pero (ciertamente, para desgracia de algunos) los indígenas demostraron y demuestran a nuestra sociedad lo contrario. Nuestra propia sociedad, si reflexionásemos más, nos demuestra lo contrario. El encuentro entre distintas sociedades (y culturas) se hace en una calle de dos vías: no hay sociedad/cultura que incorpore todo de otra en detrimento de lo que la caracteriza y constituye como sociedad. Es evidente que en este proceso hay profundas desigualdades y que este se revela históricamente como un proceso de dominación, pero la muerte de una sociedad en sus diversas dimensiones sólo puede ocurrir en caso de su extinción física. De lo contrario, sus propios mecanismos de reproducción (y resistencia) siempre funcionarán para incorporar nuevas prácticas, hábitos, métodos y tecnologías.
Sin que profundicemos sobre las cuestiones antes mencionadas, su colocación tiene la intención de llamar la atención sobre el riesgo que existe en considerar a los indios aislados “más indios” que las personas que tienen relaciones más intensas y sedimentadas con partes de la sociedad nacional. Los grupos nombrados por el estado brasileño como “indígenas no contactados” no son más “auténticos”, o más “reales” que cualquier otro grupo indígena. Simplemente son más frágiles que los demás… y más independientes.
La categoría de contacto
En primer lugar, debemos tener en cuenta que la categoría de contacto es la intención de describir una situación vivida por diferentes individuos y sociedades desde su existencia (independientemente de su concepción del mundo, del origen del universo, etc.). Es decir, el contacto está presente en toda sociedad desde su existencia como tal, ya sea con sociedades vecinas, con sociedades alejadas (e incluso las del extranjero, para tener una referencia de la situación vivida por los pueblos indígenas al entrar en contacto con pueblos europeos). “Contacto” entre los grupos humanos supone, siempre, algún cambio, ya sea de información, bienes, mujeres y hombres o símbolos. Hay una graduación y diversas formas de intercambio (la guerra es una de ellas), de modo que podemos clasificar a las sociedades como más abiertas o más cerradas al cambio (graduación), sin embargo, dependen de la apertura de las estrategias intencionales de las sociedades. En resumen: no existe sociedad humana totalmente aislada de las demás o “perdida”. Las que decidieron aislarse del contacto con otras lo hacen por alguna razón, mayormente, para protegerse.
Por lo tanto, al referirnos a un determinado pueblo indígena como “no contactado”, nos referimos a una situación de contacto sistemático (de intercambio “perenne” o “regular”) con cualquier segmento de la “sociedad nacional”. Debe quedar claro que este contacto no se refiere necesariamente a la organización indigenista oficial del estado brasileño, el FUNAI (1). Sólo para ilustrar, podemos citar el caso de los Tsohom Djapá, pueblo hablante de la familia de lenguas Katukina que habita la región del alto Jutaí. Al menos una parte de este pueblo ha tenido relaciones de intercambio regular con pueblos del río Kanamari, incluso antes de que la FUNAI tenga consciencia de este “contacto” – que se dio, por lo tanto, sin la intervención de esta organización.
El contacto con otros pueblos indígenas, sea a través de cambios comerciales, matrimoniales, rituales o aún a través de guerras, siempre estuvo presente en la historia de los pueblos indígenas, desde muy antes de la llegada de los europeos. Una producción arqueológica reciente ha revelado la existencia de extensas redes de comercio en la América precolombina, que articulaban las relaciones entre las personas de las tierras bajas del Amazonas hasta los Andes e incluso la costa del Pacífico. La producción etnográfica acerca de pueblos subandinos y de la Amazonía occidental en su conjunto corrobora este argumento.
El contacto con blancos también precede, muchas veces, el contacto “oficial”, a veces por décadas o incluso siglos. Pueblos como los Marubo y los Kaxinawá tuvieron contacto con trabajadores de caucho peruanos y brasileños mucho antes de la llegada de la FUNAI u otro organismo oficial. Pero lo que más nos interesa son aquellos casos en los que ciertas personas entablaron contacto relativamente regular con ciertos sectores de la sociedad blanca y, por cierta razón, lo rechazaron para aislarse de nuevo. En el Valle de Javari, los indios aislados del río Quixito (también conocido en la literatura y regionalmente como Maya) han experimentado esta situación. Desde la década de 1940 mantuvieron contacto con extractores de caucho y madereros, y algunos miembros de este pueblo habrían llegado a trabajar para algunos “patrones”. Hay informes de que un numeroso grupo llegó a visitar la ciudad de Remate de Males, aún en la década de 1940, poco antes de aislarse nuevamente, después de conflictos con los extractores de caucho. Volvieron a establecer relaciones con los madereros en la década de 1970, periodo en que ocurre también un rápido encuentro con un equipo de la FUNAI, pero hay más de dos décadas en las que dejaron de tener contacto con blancos. Hay innumerables ejemplos como éste en la historia de los pueblos indígenas de nuestro continente.
Otro punto importante que se plantea es la cuestión del tiempo como el argumento que indica el grado de “aislamiento” de una determinada sociedad indígena. La propia política indigenista oficial nos induce a considerar el marco temporal como definidor de la condición de “aislamiento” o para establecer, por ejemplo, la categoría de “recién contactados”.
Este tema tiene que ver mucho más con otros factores que con el tiempo de contacto, y debido a la complejidad de la cuestión llega a ser poco sensato el hecho de establecer una escala cronológica (por flexible que sea), que tiene como objetivo definir el grado de contacto entre una sociedad indígena y nuestra sociedad. El punto más importante no es el tiempo de contacto, sino, sobre todo, las concepciones propias de cada grupo que orienta sus estrategias para relacionarse con “extranjeros”. Lo mejor sería tomar en cuenta el tipo de relación y por qué un determinado grupo antes aislado busca o acepta establecer contacto intermitente con “los” extranjeros.
Por lo tanto, son estos conceptos los que guiarán, en primer lugar, desde la perspectiva de un grupo en particular, el establecimiento de relaciones con la FUNAI, con los extractores de caucho, con los madereros, misioneros y otros “extranjeros”. Más que el tiempo, hay que considerar las condiciones en las que se encuentra un grupo para el establecimiento de tales relaciones, en lo que respecta a las poblaciones, las condiciones de salud y la situación de su territorio.
De ahí que el punto central y más acertado de la política de protección de los indígenas no contactados es la protección de sus territorios, a través de su prohibición, regularización agraria y de la vigilancia permanente. No se trata, fundamentalmente, de preservar territorios, prácticas, técnicas, costumbres, sino más bien de garantizar el respeto (y el derecho) a pensar diferente, su autonomía y su reproducción frente a los obstáculos que les fueron impuestas históricamente.
Lo anterior tiene por objeto subrayar que la expresión “aislado” no significa que un pueblo designado así jamás tuvo contacto con cualquier otra sociedad (lo cual sería realmente absurdo) o que desconoce por completo a la sociedad “blanca”.
Se puede afirmar que todos los pueblos indígenas aislados tienen conocimiento de la existencia de los “blancos” (como nos clasifiquen cada uno de ellos es una cuestión diferente…), premisa básica para reconocer su condición de personas que rechazan el contacto “perenne” o sistemático. El que rechaza, rechaza algo. Quién huye, huye de algo. El sentido jurídico del término aislado no debe ocultar la realidad sociológica que experimentan los pueblos indígenas sin contacto regular con las sociedades de su entorno.
Tratar de entender mejor esto a través de la recopilación de información obtenida de vestigios, entrevistas con grupos vecinos y la población regional, investigación de archivos sobre la región y de material etnográfico, por lo tanto, es fundamental. Éstos son los fundamentos que deben sustentar el trabajo de un Frente de Protección Etnoambiental.
Nota:
(1) FUNAI: Proviene de las siglas Fundación Nacional del Indio. Es una organización gubernamental brasileña que establece e implementa la política indígena en el Brasil, de acuerdo con lo que determina la constitución.
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Fuente: Boletín aislados XIX, marzo de 2010. Centro de trabajo indigenista. Responsable Helena Ladeira.
Traducción del portugués al español: Alain Rod
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