domingo, 5 de julio de 2009

¿Hubo alguna vez una masacre en Bagua?

Por Bartolome Clavero.

Los hechos ocurridos cerca de Bagua la madrugada del 5 de junio y los desencadenados a continuación por este y otros parajes no están esclarecidos ni mucho menos. Y difícilmente se esclarecerán por completo incluso aunque se estableciera una comisión absolutamente imparcial con todos los medios precisos. Ya ha mediado el tiempo suficiente para todo tipo de ocultamientos, tanto de los verdugos para eludir su responsabilidad como de las víctimas para salvarse de la persecución. Bastante en todo caso se sabe. Estamos asistiendo a todo género de operaciones para oscurecer lo sabido.

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La operación Tinta de Calamar, la que así cabe llamar, es la más socorrida para quienes saben que los hechos sabidos no les son favorables pues les señalan como posibles responsables incluso criminales y, por supuesto, la más empleada para sus encubridores de toda laya. Se trata de no hablar más de los hechos, como si lo que hubiera ocurrido fuese una catástrofe natural imprevisible, como si sobre Bagua hubiese caído un meteorito escapado a todos los sistemas de vigilancia espacial, como si ya, con todo esto, solamente se hubieran de considerar las razones por las que la población afectada ha resultado tan vulnerable a siniestro tan irremisible. ¿Razón principal? Dicho de un modo o de otro, para quienes ponen en marcha la operación Tinta de Calamar sobre Bagua, lo es el estado de pobreza, privación y desamparo de la población afectada que quienes dicen defender sus derechos, los derechos de dicha gente tan necesitada, impiden que se supere por las políticas adecuadas de impulso superior al desarrollo.

Es un escenario en el que los mismos responsables de los acontecimientos de Bagua pueden aparecer como meritorios promotores de la solución final a los problemas determinantes, si no de la catástrofe imprevisible, de sus siniestras consecuencias. Si no se pusieran estorbos al desarrollo en una zona tan pródiga de recursos como la amazónica no se darían las circunstancias que han desembocado en la tragedia. Podría ser en último término realmente, conforme se programa, una solución final, la de desplazamiento o incluso extinción de las comunidades indígenas del territorio en cuestión dejándose paso franco al necesario desarrollo. ¿Son entonces comunidades que viven en tierra pródiga? ¿Por qué resultan los pobres cuya pobreza constituye un dato tan esencial para ese imperativo de cambio? ¿No estará la visión misma produciendo, con sus ensueños, sus evidencias, unas evidencias que hacen entre pasable e invisible, según sensibilidades, hasta la solución genocida, esa solución final en tan en último término? La intención genocida de las políticas que han conducido a Bagua ya ha quedado invisibilizada entre los hechos irreparables de una catástrofe natural. He ahí más puntos ciegos convenientes para la operación Tinta de Calamar.

La versión más exquisita de esta operación es la que ni siquiera se molesta en andar arrojando tinta espesa porque entiende que los hechos no existen, esto es que todo lo que asumimos como realidad sólo es efecto de percepción constructiva, de una visión que genera, se reconozca o no, su propio objeto de observación. Toda realidad sería siempre construcción. No la habría jamás objetiva. Los presupuestos de hecho y de derecho de cualquier discurso serían ilusiones producidas por el discurso mismo. Solamente habría discursos. Sobre éstos, sobre los discursos, tan sólo cabría discusión y debate, nunca, si no queremos engañarnos, sobre hechos. Cualquier comisión de indagación sobre Bagua sólo aportaría un discurso más, no esclarecimiento de hechos en absoluto.

En esta línea, no extrañará que se haya llegado al extremo de asimilar seriamente, presentándolas como gemelas, las posiciones del actual Presidente de la República del Perú, Alan García, cual prototipo de la política de desarrollo a ultranza, caiga quien caiga, y las posiciones de quienes defienden los derechos de los pueblos indígenas, puesto que ambas, según se arguye, hacen distinción de la gente indígena, tal y como si no perteneciesen a una misma humanidad ni a una mismísima ciudadanía, situándoles con todo en un verdadero apartheid, según se concluye. Naturalmente, el resultado del argumento coincide a efectos prácticos con la posición de Alan García, la de que hay que aprovechar los ricos recursos amazónicos a costa incluso de quienes, por vivir allí y clamarse indígenas, se pretenden con derechos sobre los mismos. Que éstos tengan capacidad para hacerse cargo, decidiendo por sí mismos y negociando en su caso, es algo que ha quedado excluido entre los hechos y derechos entendidos como inexistentes, puro efecto de construcción de quienes somos por lo visto tan lerdos como para creer en realidades y tan ilusos como para luchar por derechos.

Volvamos a los hechos. Relacionémoslos por orden decreciente de tangibilidad. Hay muertos, hay disparos mortales, hay órdenes de matar y hay políticas que matan. Estos son los asuntos que hay que dirimir, inclusive el último o realmente primero, el de las políticas de intención y efecto genocidas.

Anexo. Contribución a la operación Tinta de Calamar sobre Bagua de un autor peruano graduado en filosofía por la Universidad de Cornell, Estados Unidos (en inglés; no disponible en castellano):

Bagua, Democracy....and Supremacism

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