miércoles, 23 de diciembre de 2009

Cambio Climático: Evidencia científica, irresponsabilidad política

Izquierda Anticapitalista

Copenhague: derrota en la cumbre, victoria en la base
Daniel Tanuro
Se sabía que la cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague no desembocaría en un nuevo tratado internacional sino en una simple declaración de intenciones -una más. Pero el texto adoptado al término del encuentro es peor que todo lo que se había podido imaginar: ¡no hay objetivos cifrados de reducción de las emisiones, ni año de referencia para medirlos, ni plazos, ni fecha!. El texto contiene una vaga promesa de cien millardos de dólares por año para la adaptación en los países en desarrollo, pero las fórmulas utilizadas y diversos comentarios hacen temer préstamos administrados por las grandes instituciones financieras más que verdaderas reparaciones pagadas por los responsables del desastre.

La incoherencia del documento es total. Los jefes de Estado y de gobierno reconocen que “el cambio climático constituye uno de los mayores desafíos de nuestra época” pero, a la salida de la 15ª conferencia de este tipo, siguen sin ser capaces de tomar la menor medida concreta para hacerle frente. Admiten -¡menuda noticia!- la necesidad de permanecer “por debajo de 2ºC” de subida de temperatura, consiguientemente la necesidad de “reducciones drásticas” de las emisiones “conforme al cuarto informe del GIEC”, pero son incapaces de asumir las conclusiones cifradas por los climatólogos: al menos el 40% de reducción en 2020 y el 95% de reducción en 2050 en los países desarrollados. Subrayan con énfasis su “fuerte voluntad política” de “colaborar en la realización de este objetivo” (menos de 2º C de subida de la temperatura), pero no tienen otra cosa que proponer que una casa de locos en la que cada país, de aquí al 1 de febrero de 2010, comunicará a los demás lo que piensa hacer.

Pillados por la hipermediatización que ellos mismos han orquestado, los grandes de este mundo se han encontrado bajo los focos mediáticos sin otra cosa que mostrar que sus sórdidas rivalidades. Entonces, los representantes de 26 grandes países han expulsado a las ONGs, marginado a los pequeños estados y redactado catastróficamente un texto cuyo objetivo principal es hacer creer que hay un piloto en el avión. Pero no hay piloto. O más bien, el único piloto es automático: es la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados a la guerra de la competencia por los mercados mundiales. El candidato Obama y la Unión Europea habían jurado que las empresas deberían pagar sus derechos de emisión. Cuentos: a fin de cuentas, la mayor parte de ellas los han recibido gratuitamente y hacen ganancias con ellos, revendiéndolos y facturándolos al consumidor!. Lo demás va en concordancia. No tocar la pasta, tal es la consigna.

Este autodenominado acuerdo suda la impotencia por todos sus poros. Permanecer por debajo de 2º C, es algo que no se decreta. A poco que sea aún posible, hay condiciones drásticas que cumplir. Implican en definitiva consumir menos energía, y por tanto transformar y transportar menos materia. Hay que producir menos para la demanda solvente y satisfacer al mismo tiempo las necesidades humanas, particularmente en los países pobres. ¿Cómo hacer? Es la cuestión clave. No es tan difícil de resolver. Se podría suprimir la producción de armas, abolir los gastos de publicidad, renunciar a cantidad de productos, actividades y transportes inútiles. Pero eso iría en contra del productivismo capitalista, de la carrera por el beneficio, que necesita el crecimiento. ¡Sacrilegio!. ¡Tabú!. ¿Resultado de las carreras?. Cuando las emisiones mundiales deben disminuir el 80% al menos de aquí a 2050, cuando los países desarrollados son responsables de más del 70% del calentamiento, la única medida concreta planteada en el acuerdo es la detención de la deforestación… que no concierne más que al Sur y representa el 17% de las emisiones. ¿Avance ecológico? ¡En absoluto!. “Proteger” las selvas tropicales (¡expulsando a las poblaciones que viven en ella!) es para los contaminadores el medio menos caro de comprar el derecho a continuar produciendo (armas, publicidad, etc) y a contaminar…, es decir, a continuar destruyendo las selvas por el calentamiento. Es así como la ley de la ganancia pudre todo lo que toca y transforma todo en su contrario.

El planeta primero, la gente primero

Felizmente, frente a la derrota en la cumbre, Copenhague es una magnífica victoria en la base. La manifestación internacional del sábado 12 de diciembre ha reunido a unas 100.000 personas. El único precedente de movilización tan masiva sobre esta temática es el de los cortejos que reagruparon a 200.000 ciudadanos australianos en varias ciudades simultáneamente, en noviembre de 2007. Pero se trataba de una movilización nacional y Australia sufre de lleno los impactos del calentamiento: no es (aún) el caso de los países europeos de los que han venido la mayor parte de los manifestantes que, a pesar de una feroz represión policial, han sitiado la capital nórdica al grito de “Planet first, people first” [“El planeta primero, la gente primero”]. Frente a la incapacidad total de los gobiernos, frente a los lobbies económicos que impiden tomar las medidas para estabilizar el clima respetando la justicia social, cada vez más habitantes del planeta comprenden que las catástrofes anunciadas por los especialistas no podrán ser evitadas más que cambiando radicalmente de política.

Copenhague simboliza esta toma de conciencia. Se expresa por la participación de actores sociales que, hace poco todavía, se mantenían al margen de las cuestiones ecológicas, que incluso las contemplaban con desconfianza: organizaciones de mujeres, movimientos campesinos, sindicatos, asociaciones de solidaridad Norte-Sur, movimiento por la paz, agrupamientos altermundialistas, etc. Un papel clave es jugado por los pueblos indígenas que, luchando contra la destrucción de las selvas (¡en una correlación de fuerzas digna de David contra Goliat!), simbolizan a la vez la resistencia a la dictadura de la ganancia y la posibilidad de una relación diferente entre la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, estas fuerzas tienen en común apostar más por la acción colectiva que por el trabajo de lobby, muy apreciada por las grandes asociaciones medioambientales. Su entrada en escena desplaza radicalmente el centro de gravedad. En adelante, la lucha por un tratado internacional ecológicamente eficaz y socialmente justo se jugará en la calle –más que en los pasillos de las cumbres- y será una batalla social- más que un debate entre expertos.

Mientras la cumbre oficial producía un pedazo de papel mojado, la movilización social y la cumbre alternativa han puesto las bases políticas de la acción a llevar por la base en los próximos meses: “Change the system, not the climate”, “Planet not profit”, “bla bla bla Act Now”, “Nature doesn’t compromise”, “Change the politics, not the climate”, “There is no PLANet B”. A pesar de sus límites (sobre el papel de las Naciones Unidas en particular) la declaración del Klimaforum09 es un buen documento, que rechaza el mercado del carbono, el neocolonialismo climático y la compensación de las emisiones por plantaciones de árboles u otras técnicas falsas. Cada vez más gente lo comprende: la degradación del clima no es debido a “la actividad humana” en general sino a un modo de producción y de consumo insostenible. Y saca la conclusión lógica de ello: el salvamento del clima no puede derivar solo de una modificación de los comportamientos individuales sino que requiere, al contrario, cambios estructurales profundos. Se trata de acusar a la carrera por los beneficios, pues ésta conlleva fatalmente el crecimiento exponencial de la producción, del derroche y del transporte de materia, y por tanto de las emisiones.

¿Fracaso?

¿Es una catástrofe el fracaso de la cumbre?. Al contrario, es una excelente noticia. Excelente noticia pues es tiempo ya de que se detenga el chantaje que impone que, a cambio de menos emisiones, haría falta más neoliberalismo, más mercado. Excelente noticia pues el tratado que los gobiernos podrían concluir hoy sería ecológicamente insuficiente, socialmente criminal y tecnológicamente peligroso: implicaría una subida de temperatura de entre 3,2º y 4,9ºC, una subida del nivel de los océanos de entre 60 cm y 2,9 metros (al menos), y una huida hacia adelante en tecnologías de aprendices de brujo (nuclear, agrocarburantes, OGM y “carbón limpio”, con almacenamiento geológico de millardos de toneladas de CO2). Centenares de millones de pobres serían sus principales víctimas. Excelente noticia pues este fracaso disipa la ilusión de que la “sociedad civil mundial” podría, por “la buena gobernanza”, asociando a todos los stakeholders, encontrar un consenso climático entre intereses sociales antagónicos. Ya es hora de ver que no hay, para salir de los combustibles fósiles, más que dos lógicas totalmente opuestas: la de una transición pilotada a ciegas por el beneficio y la competencia, que nos lleva derechos contra la pared, y la de una transición planificada consciente y democráticamente en función de las necesidades sociales y ecológicas, independientemente de los costes, y por consiguiente recurriendo al sector público y compartiendo las riquezas. Esta vía alternativa es la única que permite evitar la catástrofe.

El rey está desnudo. El sistema es incapaz de responder al gigantesco problema que ha creado de otra forma que infligiendo destrozos irreparables a la humanidad y a la naturaleza. Para evitarlo, es el momento de la movilización más amplia. Todos y todas estamos concernidos. El calentamiento del planeta es bastante más que una cuestión “medioambiental”: una enorme amenaza social, económica, humana y ecológica que necesita objetivamente una alternativa ecosocialista. El fondo del asunto: el capitalismo, como sistema, ha superado sus límites. Su capacidad de destrucción social y ecológica es claramente muy superior a su potencial de progreso. Ojalá pueda esta constatación ayudar a hacer converger los combates en favor de una sociedad diferente. Los manifestantes de Copenhague han abierto el camino. Nos invitan a unirnos a ellos en la acción: “Act now. Planet, not profit. Nature doesn´t compromise”.

*Traducción de Alberto Nadal para Izquierda Anticapitalista.
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Evidencia científica, irresponsabilidad política

Desde que el IPCC (Panel Internacional Sobre Cambio climático) emitió su primer informe a principios de los 90, era evidente que la comunidad científica señalaba un grave problema ambiental que exigía una respuesta política proporcionada y urgente. Tras la publicación de su 4º informe, en 2007, las evidencias acumuladas son tan clamorosas que hoy, la táctica del gran capital y de los gobiernos no es ya desprestigiar las evidencias científicas, sino tomar la iniciativa y hacer del cambio climático un nuevo negocio y pasarle la factura a las víctimas de siempre: el planeta, los pueblos del Sur, las clases trabajadoras del Norte y las generaciones futuras. El último informe del IPCC, fechado en 2007 es concluyente al respecto. Once de los doce años más cálidos desde 1850 se han registrado entre 1995 y 2006. La temperatura media global ha aumentado 0,74 ºC de 1906 a 2005. Al tiempo que la tendencia al aumento de la temperatura de los últimos cincuenta años prácticamente dobla la de los cien anteriores. El incremento de gases de efecto invernadero, lejos de reducirse, sigue creciendo y lo hace a velocidad mayor de la prevista.


A nadie se le escapa ya que el cambio climático se concreta en catástrofes naturales cada vez más intensas y habituales. Es decir, manifestaciones meteorológicas cada vez más extremas: olas de calor sofocantes, sequías extremas, desastrosas inundaciones, huracanes como el Katrina o el de Birmania de 2008. Otros elementos clave que está provocando el calentamiento global es un ascenso del nivel del mar en todo el mundo, el retroceso de los casquetes polares, la desaparición de viejos glaciares… Todos estos fenómenos pueden provocar saltos cualitativos dramáticos en lo que especta a reducción de la biodiversidad y a la desaparición de ecosistemas enteros. Es más, si rebasamos un cierto umbral de irreversibilidad, el cambio climático puede entrar en una especie de efecto bola de nieve en el que se genere emisiones suplementarias de CO2,, o que se ocasionen también las llamadas “sorpresas climáticas”, como las fugas de metano (CH4, un gas de efecto invernadero 20 veces más potente que el CO2) almacenado en el permafrost y en algunos lechos marinos, que dispararían el cambio climático y lo harían incontrolable.

Todo ello tiene una traducción inmediata en la fragilización de la subsistencia en los cinco continentes: la desaparición de la pesca, de los cultivos y de otras actividades económicas constituye una catástrofe irreversible en muchos países, sobre todo del Sur. Evitar que las catástrofes climáticas concretas que se están multiplicando hoy en el mundo muten en una catástrofe ecológica, económica, social y política, a la vez global y permanente, todavía está en nuestras manos, pero el tiempo se está agotando.

Crisis capitalista, crisis climática

El calentamiento global se debe a más de doscientos años de quema de combustibles fósiles como alimento del capitalismo industrial moderno y en menor medida a una reducción de los grandes bosques capaces de absorber el CO2. El desarrollo capitalista y su conversión en un sistema mundial se ha basado siempre en la disponibilidad de energía barata y altamente contaminante: primero el carbón, después el petróleo… La energía barata ha sido imprescindible para imponer una división mundial del trabajo y crear un mercado mundial de mercancías y capitales. Pero también para que el capital pudiera ir sustituyendo fuerza de trabajo por maquinaria, bienes de equipo y energía. La globalización ha consumado la internacionalización del capitalismo al precio de haber desencadenado un desequilibrio ecológico sin parangón en la historia del planeta. Hoy el capitalismo mundial está atravesando una crisis profundísima, sólo comparable a la de los años treinta del siglo XX. Esta crisis es una crisis de sobreproducción, en la que las fuerzas productivas capitalistas han llegado a un nivel tal de producción y las relaciones sociales capitalistas han generado un grado de desigualdad tal -entre clases y entre pueblos- que es imposible que se resuelva sin un reparto radical de la riqueza, del trabajo y del tiempo que parta de una reformulación radical de las necesidades humanas, de las prioridades de producción y de una planificación democrática capaz de introducir una racionalidad social y ecológica totalmente ajena a las fuerzas ciegas del mercado. Es decir, que la crisis actual no se puede resolver de un modo duradero -esto es, sin repetir la huída hacia delante neoliberal, que sólo ha conseguido postergar durante treinta años la depresión haciéndola más profunda y brutal- en el marco del capitalismo. Siguiendo la vieja fórmula de Marx, hace tantos años que el capitalismo mundial está maduro para construir el (eco)socialismo que esas mismas fuerzas productivas están mutando en fuerzas destructivas que amenazan el futuro de todas las especies, incluida la nuestra.

La respuesta capitalista: privatizar los beneficios y socializar las pérdidas

Pues bien, la respuesta capitalista, tanto a la crisis como al cambio climático, es justamente cambiar algo para que todo siga igual. Después de haber legislado a favor del capital financiero durante años, los principales gobiernos inyectan cantidades astronómicas de dinero público para salvar a las entidades que han precipitado la crisis... sin exigir a cambio ni tan siquiera una revisión de sus políticas. En el terreno del cambio climático están abriendo campos de negocio “verde” a multinacionales energéticas ligadas a la gestión de la energía nuclear y a los hidrocarburos. En lugar de asumir su responsabilidad en el cambio climático global, los países imperialistas han renunciado a modificar sus economías para limitar sus emisiones y han buscado subterfugios para eludir conseguir las reducciones a que se comprometieron.

Al mismo tiempo, intentan despistarnos echando toda la culpa del cambio climático al crecimiento demográfico en el Sur (que, por otro lado se está reduciendo y, además, tiene un impacto mínimo a este nivel) y a la "voracidad" de las nuevas potencias emergentes.

Resumiendo, el gran capital quiere aprovechar la crisis para imponer nuevas deslocalizaciones, nuevos planes de “flexibilización” del trabajo, nuevas políticas de austeridad para las clases populares, sin alterar en lo más mínimo un reparto de la riqueza cada vez más desigualitario y un modelo de producción y consumo absolutamente insostenible. Es tarea de la izquierda anticapitalista ligar la lucha por la defensa de los derechos sociales y la necesaria reconversión ecológica de la industria, de las fuentes energéticas, de los sistemas de transporte y de la agricultura. No hay salida verde a la crisis sin romper con la lógica capitalista, no hay salida socialista a la crisis que no siente las bases de una reconversión ecológica de la economía y una reconciliación con el planeta.

Cambiemos el mundo, no el clima: ¡autogestión, soberanía energética y reparto de la riqueza!

El sistema capitalista mundial ha centralizado la toma de decisiones en un puñado de países (G8, G20, etc...) que intentan imponer su voluntad a toda la humanidad. El poder del mercado mundial limita a los pueblos a la hora de decidir su futuro político y económico. Es imposible cambiar de rumbo sin romper con el mercado mundial y sus imposiciones, así como con las instituciones de la “gobernanza” mundial (Banco Mundial, FMI, OMC). El futuro pasa por una transferencia de tecnologías limpias a los países empobrecidos y por la lucha por la soberanía alimentaria, energética y política de los pueblos. El control de las fuentes de energía fósil y nuclear ha estado ligado históricamente a la lucha por la hegemonía militar, política y económica de las grandes potencias. El desarrollo de energías alternativas (en su mayoría directa o indirectamente relacionadas con la energía solar), la creación de economías más autocentradas regionalmente que demanden menos movilidad y consumo energético (que no autárquicas) y el acceso de los campesinos a la tierra en ruptura con el latifundismo y las multinacionales agroalimentarias permite un mayor grado de descentralización y de autogestión por los pueblos. Las grandes decisiones económicas deben recaer en los principales interesados: los pueblos.

Necesitamos reorientar el gasto público para iniciar una reconversión ecológica de la industria y crear nuevos empleos que cubran necesidades sociales y/o medioambientales que deben expandirse frente a las satisfechas por la sociedad de consumo: salud, educación, ocio y cultura, atención a la tercera edad o a la infancia, recuperación de espacios públicos urbanos y naturales… Y todo ello con una reducción del tiempo de trabajo que nos permita repartir el empleo y la riqueza.

El coste de no actuar frente al cambio climático se estima en pérdidas del PIB mundial entre el 5 y el 20%, el coste de la actuación en el 1%. Se necesitan potentísimas inversiones públicas para modificar en profundidad los sistemas de movilidad imperantes. Para ello debemos hacer una crítica demoledora al modelo de crecimiento basado en el monocultivo del ladrillo del PP y del PSOE en los 10 años anteriores. Un modelo que ha constituido un verdadero ecocidio y que, cuando ha llegado su lógico agotamiento, ha dejado a millones de trabajadores y trabajadoras endeudadas y en el paro y a una pequeña minoría con los bolsillos bien llenos. Hemos construido modelos de ciudad difusos donde la satisfacción de las necesidades más elementales requerían de la movilidad privada, devorando más y más suelo.

Se trata de iniciar pues una reconversión basada en una nueva cultura del “buen vivir” al alcance de todos y reconciliable con el planeta, abandonando modelos importados y superando la tiranía de la sociedad de consumo. Pero la potenciación de la investigación y la aplicación de nuevas fuentes energéticas limpias juega un papel estratégico en la reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. Hoy el lobby nuclear vuelve a la carga defendiendo esta forma de energía tan peligrosa como económicamente ruinosa para los bolsillos de los usuarios y contribuyentes. Es imposible sustituir los combustibles fósiles por producción de energía nuclear. Esta fuente sólo cubre el entre el 3 y el 4% de la energía que consume el planeta. La única forma de reducir la dependencia de los combustibles fósiles es desarrollar energías alternativas directa o indirectamente relacionadas con esa megacentral energética, gratuita, duradera y segura que se llama Sol. Pero el desarrollo de las energías alternativas tiene que hacerse creando un verdadero servicio público energético con gestión democrática y transparente de las empresas que operan hoy en día en el Estado español.



¡El clima no está en venta! Calentemos el clima de las movilizaciones sociales

La ciudadanía no puede confiar en gobiernos ni multinacionales para salvar el clima, ya que son parte del problema, no de la solución. Tampoco hay que creer en soluciones tecnológicas mágicas que resuelvan el problema sin modificar en profundidad el modelo socioeconómico. El cambio climático no es una fatalidad “natural”, sino una catástrofe social. Ciertamente, los cambios en los hábitos individuales son necesarios para reducir el despilfarro y el consumo desmesurado, pero son totalmente insuficientes para cambiar el modelo de producción y de consumo, aunque representan un germen de una sociedad nueva. Ello sólo es posible construyendo un amplio movimiento social que una en un mismo combate la reconversión ecológica de la economía y la defensa y ampliación de los derechos sociales. El cambio climático es el fenómeno que sintetiza todos los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo, que nos obliga a buscar una alternativa coherente de conjunto al capitalismo y, por consiguiente, permite federar las campañas ecologistas más o menos dispersas que conocemos y tejer una alianza entre éstas y el movimiento obrero organizado que resiste a la crisis capitalista. Es fundamental implicar al máximo de organizaciones sindicales y comités de empresa en esta lucha, sobre todo a los sectores que entienden que la defensa de los puestos de trabajo no debe hacerse a costa de mantener industrias antiecológicas, sino luchando por una reconversión ecológica de conjunto.

Todo apunta que las tecnologías limpias son mucho más intensivas en trabajo que las convencionales. Una producción y transportes descarbonizadosy por supuesto una economía ambientalmente sostenible- generarán un mayor volumen de puestos de trabajo que los actualmente existentes. Pero puede haber desfases temporales o espaciales entre los empleos perdidos y los empleos generados, por ello es necesario que la izquierda y el movimiento sindical se anticipen y e identifiquen:

Las consecuencias adversas en cada sector y en cada país que pudieran derivarse sobre todo en relación con el empleo y la justicia social y territorial.

Las opciones más eficientes y menos costosas en términos sociales.

Las oportunidades que se puedan derivar para el desarrollo de una nueva economía.

Por todo ello, es fundamental que la izquierda anticapitalista impulse amplias plataformas contra el cambio climático, en todas las localidades y barrios. Es necesario movilizarse para ir a la manifestación de Barcelona el próximo 31 de octubre y que se vayan preparando en los diversos territorios manifestaciones descentralizadas el 12 de diciembre, fecha clave para desarrollar una movilización internacional en defensa del clima, coincidiendo con la cumbre en Copenhague.

Aquí los gobiernos seguirán buscando excusas para postergar las medidas radicales de reducción de emisiones que la mayoría de los científicos creen ineludibles. Todo ello se concretará en una renegociación de los términos del comercio de derechos de emisión. Nuestra consigna debe ser muy clara: “responsabilidad conjunta pero diferenciada” en la lucha contra el cambio climático. Es decir, que las reducciones más drásticas deben ser obligatorias y proporcionales a los que hoy más polucionan, pero también históricamente más han polucionado. Los países que más deben reducir sus emisiones son los más desarrollados.

Por ello exigimos que la Cumbre adopte entre otras las siguientes decisiones:

Drástica reducción de emisiones mundiales de CO2 para evitar pasar el temible límite de incremento de 2ºC de la temperatura media y, para ello, las emisiones globales deben experimentar una inflexión a la baja a partir de 2015. En consecuencia, los países industrializados deberán reducir en 2020 sus emisiones por debajo del 40% respecto a los niveles de 1990. Esta reducción debe darse en el interior de cada uno de dichos países de forma obligatoria y sin recurrir a la compensación por inversiones en terceros países. Se debe lograr la reducción de la demanda de energía primaria en un 20% respecto a 2005 para 2020, conseguir que la contribución de las renovables a la energía primaria ascienda al 30% en 2020 y al 80% en 2050 respecto a los niveles de 1990.

Impulsar un nuevo modelo de generación de la electricidad de manera que las energías renovables cubran el 50% de la producción en 2020 y el 100% en 2050.

Apoyar el tránsito a una economía libre de carbono de los países empobrecidos mediante más y mejores ayudas para mitigar y prevenir los efectos del cambio climático. Ello implica crear un fondo de adaptación para los países empobrecidos, que se alimente de la fiscalidad sobre los combustibles fósiles y nucleares en los países industrializados y también facilitar la transferencia de tecnologías limpias de las metrópolis imperialistas a los países empobrecidos, en pago de la deuda ecológica.

Reforma radical de los denominados Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) que incluya el cese de la comercialización de reducciones de emisiones estratégicas y permanentes. Rechazamos los proyectos que pueden además causar nuevos daños ambientales y sociales, como los basados en la energía nuclear, las grandes obras e instalaciones hidroeléctricas, la deforestación para cambiar los usos del suelo y la captura y almacenamiento geológico del carbono.

Impulso de un nuevo modelo de movilidad sostenible mediante el transporte terrestre de personas y mercancías público colectivo y mayoritariamente electrificado, así como la reducción y racionalización del transporte marítimo y aéreo.

Cambio de modelo productivo cuyo objetivo es la producción limpia, mediante cambios también en materias primas, procesos, organización del trabajo y tecnologías.

Asegurar la transición justa mediante la protección de la calidad de vida de trabajadores y de sectores más vulnerables, así como la protección de la economía de las comunidades (diversificación económica, recursos públicos…)

Exigimos que el Gobierno español, que no sale de las proclamas, defienda en la Cumbre de Copenhague y la futura presidencia española de la Unión Europea las medidas propuestas.

La clase obrera no es ajena a la solución que se le de a los problemas ambientales asociados al calentamiento por emisión de Gases de Efecto Invernadero. Debe tener voz en el diagnóstico y en las alternativas.

¡SALVEMOS EL CLIMA, NO LOS BANCOS!

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